La Real Academia de la Lengua define mentir como: decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. San Agustín en su libro Contra mendacium afirma que miente quien dice algo falso con intención de engañar y, en consecuencia, la mentira se opone a la verdad.
La intención de engañar al prójimo ha estado presente en la historia de la humanidad y, desde luego, se ha mentido de forma continua, por las más variadas causas, a través de los siglos. La mentira ha sido moneda común en muchos ámbitos de la vida, incluso estaba en la letra de canciones populares en las excursiones juveniles cuando se cantaba aquello de vamos a contar mentiras y por el mar corrían las liebres, por el monte las sardinas y por el bigote de alguien a quien se tenía poco afecto piojos como gallinas. Incluso se aludía a una viuda que, siendo pobre, veraneaba en El Escorial, cuando lo de veranear —era como se denominaba en otro tiempo a las vacaciones estivales—, estaba al alcance de pocos.
En nuestro tiempo la mentira campa a sus anchas en una sociedad donde la difusión permanente y continua de mentiras alcanza niveles extraordinarios con los modernos sistemas de comunicación. Lo que llamamos genéricamente como las redes sociales se ha convertido en campo abonado para la mentira. También en la política se ha instalado como una inseparable compañera de viaje. El PSOE en las elecciones de marzo de 2004, hace ahora veinte años, que se celebraron en una sociedad anonadada por los atentados terroristas de Atocha, afirmaba que España necesitaba un gobierno que no mintiera, aludiendo a que Aznar había mentido a los españoles al afirmar que aquel atentado era cosa de ETA. Aquellas elecciones dieron vencedor al PSOE y convirtieron a Rodríguez Zapatero en presidente del gobierno quien, curiosamente, mintió muchas veces, como cuando dijo que Córdoba sería la capital cultural de Europa en 2016 y aquí nos lo creímos porque era el presidente de un gobierno que, según había proclamado, detestaba la mentira que era cosa del Partido Popular. Pero en 2016 estábamos muy lejos de que la mentira en el campo de la política alcanzara los niveles actuales. Pedro Sánchez la ha convertido en consustancial a su actividad y no tiene empacho en desdecirse de lo afirmado señalando que ha cambiado de opinión. Ciertamente, los cambios de opinión son algo que acompaña al ser humano, pero suelen producirse con el paso del tiempo. Por lo general, no se tienen los mismos criterios a los veinte que a los setenta años, fruto de la evolución. Pero los cambios de opinión de Pedro Sánchez se producen en cuestión de semanas. Afirmaciones contundentes y rotundas en vísperas de unas elecciones dejan de serlo si así conviene a sus intereses. No es sólo cosa de Sánchez, ha invadido la política como nunca antes y se ha extendido a lo que ha venido en llamarse sanchismo, donde un ministro como Bolaños no tiene empacho en mentir sobre el contenido de un informe elaborado por una institución europea, afirmando que sostiene lo que conviene a sus intereses cuando en realidad no es así y al hacerlo porque así conviene a sus intereses, hay, como decía san Agustín, voluntad de engañar.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 8 de marzo de 2024 en esta dirección)